Hace un tiempo leí un reportaje a la pianista argentina Marta Argerich donde hablaba de las sensaciones que había tenido la primera vez en su vida al escuchar una música en particular. Tal vez un concierto para piano que ella no conocía. Describía la profunda impresión que le había causado y cómo le había conmovido. Pero lo que más me llamó la atención en su relato es que ella hacía hincapié en el momento en que había escuchado dicho concierto. Incluso mencionaba que las sucesivas veces que lo oyó su reacción fue diferente.
Concluyo entonces que las reacciones frente a la música, concebida como un lenguaje de emociones, no sólo son distintas para cada persona sino que también son diferentes para cada escucha de la misma persona.
Dicha polisemia se aplica también, por supuesto a las artes plásticas; otro lenguaje humano que usamos cuando no nos alcanzan las palabras solas para expresarnos.
Con la obra escultórica de estas tres artistas me pasa lo mismo que con mis músicas favoritas. Cada vez que las revisito me suscitan pensamientos o reacciones distintas. Estas tres artistas nos hablan también desde algo que siempre me pareció inaprensible como el océano, lo femenino. Lo digo como el hombre fascinado que soy.
Y en este caso Marina, Inés y Betina despliegan una seducción típicamente femenina que se basa en la ambivalencia.
En las obras de Marina Dogliotti las mujeres se metamorfosean en hojas, en plantas, lloran a mares y se contactan con la naturaleza de un modo sensual y sugerente. También nos hablan del desgarro de la emigración, de lo femenino y maternal entendido como el único refugio posible cuando todo se ha perdido.
La escultura de Betina Sor presenta una ambivalencia claramente erótica con sus mujeres guerreras. Senos desnudos y seductores se enmarcan en armaduras de hierro o protecciones vegetales que muestran en un potente oxímoron la posible debilidad e indefensión de la mujer pero también su fortaleza frente a la vida.
Inés Vega juega con nuestra percepción al mostrarnos obras que seducen con su factura y colores aparentando ser personajes de una obra de teatro o incluso circenses que desconocemos. Pero a no engañarse, debajo de su atractiva apariencia risueña las criaturas de la artista esconden una tragedia y una desesperación que sólo la mirada compasiva de su creadora puede redimir.
Se avizora un continente infinito de lecturas, interpretaciones y emociones reactivas en las obras de estas tres artistas. Cada vez que contactamos sus obras nos interpelan hacia lugares distintos, todos maravillosos y sugerentes. Como si fueran oráculos de la gran diosa madre, la Diosa Blanca de Robert Graves, nos dan interpretaciones metafóricas que nos conectan con lo más profundo de nosotros mismos.
Como la buena música.