Si las mujeres supieran

Por María Cristina Deprati

Del sol cae un racimo en tu vestido oscuro. 
De la noche las grandes raíces 
crecen de súbito desde tu alma, 
y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas, 
de modo que un pueblo pálido y azul 
de ti recién nacido se alimenta. 

Poema II de Pablo Neruda (fragmento)

 

Me acerco sigilosa a las esculturas de mujeres por tres mujeres, sabiendo que seré transformada al final del camino y al observar las obras, el placer me transporta a otros mundos, en una interioridad meditativa, en un estado de extrema intimidad. Esa intimidad del arte entre mujeres, creado por mujeres, teje un lazo de solidaridad que nos regala una elaboración de nosotras mismas. Momento crucial para la transformación.  

Hasta nuestros tiempos, por lo general, las mujeres no se representaban a ellas mismas sino que sólo eran espectadoras de ellas, representadas por hombres que intentaban reducirlas o seducirlas y esperaban que ellas encontrasen un placer en esa mirada. Sin embargo, las artistas Betina, Inés y Marina nos ofrecen obras que nos permiten atravesar nuestras propias tinieblas, nuestras propias intimidades. Reconociendo aquello que los académicos de la historia han dicho sobre nosotras: “seres que han sido excluidas del curso de la historia”, ellas nos muestran que han podido sortear los obstáculos, narrándonos a través de su arte la historia femenina, que es la historia de la intimidad, de la sensibilidad y de la aspiración a la libertad. La exclusión no ha sido sólo por desigualdades, que sí las hubo, sino que fue motivada por las diferencias de presentación de las historias. El sexo masculino las representa con documentos firmados por el poder y el sexo femenino, con imágenes que conmueven al espectador; los unos hacen historia en la búsqueda del poder que los legitime, y las otras, hacen historia en la búsqueda de su sensibilidad y de su propia humanidad. Una historia nace en el ámbito de lo público y en el campo de batalla; la otra nace en el seno de lo íntimo y se descubre en las cartas escritas a sus hijas, a sus esposos y en los sublimes diarios íntimos donde nos hablan de los deseos, las frustraciones y de las ensoñaciones en la búsqueda imaginaria de su libertad.

Partiendo de la idea de que la libertad no se logra en conjunto, sino que es una exigencia singular que concierne a cada una, desplegando la creatividad posible, compartiendo activamente lo singular de cada una con los otros; esta consolidación de la libertad se alcanza utilizando como herramienta, un pensamiento-imagen en interrogación permanente, que nos aleje del mero cálculo y otorgue un rol central a la percepción meditativa.

Distinguimos las diferencias de estilo en las tres artistas, pero hay un lazo unificador que las vincula, algo en común en sus creaciones; ellas promueven la reflexión basada en la sensibilidad, que inicia el camino a la percepción de lo disonante y de allí a la elaboración ética. Se advierte el reconocimiento de la una por la otra, una unidad desde la postura ética de búsquedas de verdades esenciales en el mundo femenino y el desdén por lo banal. Observo también un lenguaje común en la factura artesanal y minuciosa regalándonos estímulos perceptuales, para que brillos, colores, contrastes, posiciones, ornamentos y miradas estimulen nuestra imaginación y el relato consiguiente, de la mano de nuestra propia historia sensitiva.

Marina Dogliotti nos deleita con tres relatos-esculturas. Son conjuntos temáticos que nos cuentan una historia desde el  punto de vista femenino, su historia y nuestra historia, y esta propuesta parece coincidir con la frase de Isak Dinesen: Todas las penas son soportables si las convertimos en un relato sobre ellas”. 

Así en el relato Trasmutar, nos encontramos con que la consecuencia del trasmutar en nuestro espíritu, es la adquisición y manifestación de la conciencia participativa y que estamos íntimamente unidos al universo, que somos parte inseparable de todo lo que existe, somos parte inseparable del mundo natural. Utiliza el elemento universalizador, la naturaleza vegetal, como hilo conductor y trasmutador de su historia. Si algo une a los migrantes como Marina, son los exponentes vegetales de la naturaleza, les facilita el sentirse “aquí y allá” y no ser “ni de aquí ni de allá”. Lo vegetal concreta metáforas de situaciones de vida, esa trasmutación de semilla en hoja, de ser migrante a establecer raíces.

En la obra “Encuentro” nos relata y muestra armoniosa y alegremente todo el acontecer de la vida femenina formal a la emergente vida libidinal femenina, a través de la trasmutación de la naturaleza que la impregna de expansión y de deseo y la opone a su mero ejercicio. Todo aquello que es importante trasmutar para ser naturaleza y no sólo mandato social.

En “Los años verdes” encuentro la alegoría del devenir adolescente desde la emergencia de la plena naturaleza. Para existir como mujer no es necesario ser piadosa o escandalosa, sino conocedora de su integración total a la naturaleza y de la conciencia plena de la similitud, en generosidad, de la frondosidad femenina con la exuberancia vegetal.

La Serie de las Américas, obra en la cual elabora el dolor de América Latina, es una lucha, en su imagología, contra la trivialización del relato histórico mentido y aprendido. Es un intento de desarticular una historia que nos subsumió en el desconocimiento de nuestro continente (espíritu) encubierto, continente pleno de dolor y de incesante elaboración (fecundidad), relato que impide apoderarnos de nuestra identidad. Los relatos y contratos de los conquistadores nos desconocieron como seres, nos asimilaron a entes, devastando nuestra interioridad. Observamos aquí la fecunda alianza mítica y la artística, poniéndonos al resguardo de inciertas desmemorias conducentes a horrores sucesivos.

La propuesta es la construcción de múltiples sentidos, para que entre todos, signifiquen al ser latinoamericano. Marina y sus esculturas ofrecen una apuesta poética al conjunto de los americanos para transformar las sensibilidades, dando corporeidad a lo no dicho de las pasiones y deseos de Hispanoamérica. Intenta con ello quebrar una tradición de resignación, duelo y olvido que remite a la propia doctrina cristiana (manto de la virgen) y al paradigma de piedad que representa la virgen María. La elección de la figura femenina, con intención de simbolizar América, posee un anclaje en el sentido profundo de una América dadora de vida.

El porqué de las vírgenes es vasto en significaciones. Sus figuras que simbolizan la madre sufriente y compasiva, también representan la espiritualidad de lo erótico, la sublimación y la mística que de ellas se desprende. Son vírgenes y tentadoras, sublimes y carnales, dolidas y eróticas. En síntesis son la expresión del sincretismo cultural y religioso cristiano y pagano y el sostén en figura de lo paradojal de indoamérica: todo aquello que debió morir (esplendor del mundo indígena) para que nosotros naciéramos. 

En sus últimas esculturas de la serie “Memoria y Nostalgia” es donde se atreve a sentir su mundo y el de sus ancestros en la correspondencia de infinitas ocasiones donde en el presente se hallan los sentires del pasado. Nos invita al mundo femenino de la migración, no sólo la geográfica, sino también las migraciones epocales, cambiando también los sentidos de su existencia. Las mujeres migrantes como la del “Viaje” semejan a los mascarones de proa que pueden narrar con la magia de un cuento, una epopeya de enormes sacrificios, sufrimientos y desesperación, pero también de esperas y esperanzas, envolviendo al espectador en un universo íntimo a través de sus valijas que conducen a una historia sin documentos, de costuras y encajes, trenzada en sus bordados con hilos de pensamientos y de deseos, de otras generaciones de mujeres que cosían y tejían ajuares en el trajinar de una esperanzada intimidad. La actitud de la mujer que viaja nos revela el temor y el orgullo de emprender el gran salto, del que ella devendrá otra mujer. Su aspecto arrogante, cede frente a la tentación de la flor ornando sus cabellos y a la elegancia de su atuendo de sirena, que nos sugiere pensar que su deseo y las tentaciones que suscita no le son ajenos, aunque  también la sirena obliga a los viajeros a elucidar su propio destino y a luchar por ello. 

Una valija con historia” acarrea el bagaje de memorias, de ilusiones, que perduran en los pequeños muros del cofre de recuerdos. Cada sábana, pañuelo o camisa porta el perfume de otras latitudes, porta los recuerdos de Marina y su abuela jugando entre las sábanas tendidas al viento. Pero en la valija también hallamos un pequeño vestido azul, el color de la hermosura, la alabanza, la perseverancia, la nobleza, la lealtad, y del horizonte como signo de expansión. Es en esos nuevos horizontes que Marina soñó en “Otro Tiempo”, donde el vestidito azul se vislumbrara entre hojas enriquecidas por las sabias-savias añejas. 

El esplendor de un nacimiento como en la “Ráfaga” nos impone pensar cuánta frondosa naturaleza se ha convocado para la realización de una utopía, la de la plena libertad, entretejida con sueños-savias de otras generaciones. Sabiendo que ella no es una mera ensoñación quimérica, sino un instrumento transformador como lo son los sueños diurnos. Esa ráfaga arrolladora nos promete un destino emancipador nacido de nuestros laboriosos desvelos.

Betina Sor. Experiencia conmovedora el observar sus esculturas y fotografías. En los primeros trabajos de la serie Damasduras, Betina nos ofrece la posibilidad de percibir su exquisita sensibilidad, a través de los infinitos detalles y armonías en la factura de sus obras: piel tersa y sensual, estimulando al tacto y más allá de los senos erguidos, aparece una estructura defensiva realizada en tallos de rosas con espinas, brazos mutilados, placas de cuero con tachas, pajas, chapas armando textura del femenino broderie. Esculturas que fueron creadas con la intención de verter en ellas, su propia intimidad, respondiendo a un imaginario surrealista del orden personal. Estas Damasduras o Guerreras, como ella misma las denomina, nacen del interés que despierta en su subjetividad, la oposición vulnerabilidad-resistencia y responden a esa dualidad con ensambles de materiales no elegidos al azar, materiales de origen natural. Convoca a pensar en místicas del Medioevo, quienes a pesar del sojuzgamiento impuesto por los mandatos de la cultura religiosa, y el sufrimiento que aquello implicaba, eran capaces de una expresión pasional de su erotismo, como “El Éxtasis de Santa Teresa” de Gian Lorenzo Bernini. 

El espíritu humano está expuesto a los requerimientos más sorprendentes y constantemente se da miedo a sí mismo, e intenta superar lo que le espanta; el erotismo es el rasgo superador que en estas esculturas nos incita a pensar que es la resistencia a la muerte y a la vulnerablidad y que es siempre una experiencia vinculada a la vida perturbada por los estremecimientos de la pasión. 

Es curioso percibir que ninguna de sus damas nos ofrece la complicidad de su mirada, no hay complicidad posible que rescate a la Damasduras de su interioridad defensiva o meditativa pero aislada, y nos muestra con exquisito talento, que se puede quedar atrapado en su propia tempestad y aun así regalarnos la tenaz persistencia de la vida.  

La obra reciente de Betina estremece y lleva a la búsqueda de redes filosóficas con autores que interpretaron las situaciones límites de la existencia. La experiencia perceptual trata de organizar la mirada reflexiva sobre los objetos estéticos, intentando captar su significado. Sin embargo, los filósofos del “desgarro” (F.Nietzsche, G. Bataille y M. Blanchot) trataban de alcanzar, a través de la experiencia, ese punto de la vida que se encuentra lo más cerca posible de la imposibilidad de vivir, en el límite, en el extremo. Trataban de reunir la máxima cantidad de intensidad e imposibilidad al mismo tiempo, desgarraban al sujeto de sí mismo, de manera que no sea sujeto como tal, que sea completamente otro de sí mismo, experiencia cercana a la aniquilación y a su disociación. Tal “La armadilla”, obra en que los senos erguidos poseen la intensidad de lo vital, y sin embargo, una sombra posterior desdibuja la ilusión perceptual de lo ofrecido, una mujer ausente de sí misma.  

En “La cinchada”, “La Presa”, “La enrejada”, los senos, símbolos de la maternidad, el amor, la protección, la nutrición, nos sugieren la relación con la experiencia límite de Santa Ágata, virgen mártir siciliana que vivió en el siglo III. Habiendo realizado voto de castidad, se negó a pertenecer a un hombre ya que sólo aspiraba a su libertad entregando su alma a Dios. Rechazó al gobernador de la isla, Quintianus, quien intentó seducirla por ser muy bella y de familia distinguida. Rescato este diálogo, basado en la tradición oral, que puedo pensarlo como respuesta de Betina frente a un vulnerador de su libertad:

Un día la vio Quintianus y entabló con ella el siguiente diálogo: “¿De qué casta eres?”, le preguntó el procónsul de Sicilia, a la joven Ágata.

– “Soy de condición libre y de muy noble linaje”, contestó ella.

Inmediatamente quiso poseerla, según las Actas, se había enamorado de Ágata, “cuya belleza sobrepujaba a la de todas las doncellas de la época”. Fue rechazado varias veces.

Como castigo frente a la respuesta negativa de la joven de renunciar a su castidad y amor a Dios, y sabiendo que nunca sería suya, fue mutilada, sus dos senos arrancados, en el momento de la tortura. Su representación es una serena mujer con sus dos senos sobre una bandeja. 

Estás imágenes donde transita lo erótico- mortífero, en experiencias límites, y aun así vitales, corresponden a los desgarros y mutilaciones de la experiencia libertaria femenina.

Betina Sor nos acerca a la idea de Cornelius Castoriadis, “Lo que el arte presenta no son las Ideas de la razón (como creía Kant) sino el Caos, el abismo, el sin fondo, y es a lo que da forma. Y por esta presentación, que es una ventana abierta al Caos, suprime la seguridad tranquilamente estúpida de nuestra vida cotidiana, recordándonos que vivimos siempre al borde del abismo. Éste es el principal saber de un ser autónomo”.

Inés Vega nos revela que el arte constituye para las mujeres una fuente de secretos, un vértigo, una ironía, una posibilidad de ver el mundo y a las mujeres de otra manera. Puede dar el impulso de abandonarlo todo y de volar hacia otros horizontes, conquistando las armas de la libertad, eludiendo los trasfondos amargos. 

Todas sus esculturas nos revelan un mundo mostrado y, como las Esfinges, un mundo interrogado, incentivando una sospecha y una respuesta que nos haga filósofos; sobre todo filósofos de la complejidad, del universo que acepte los opuestos y que en su oposición nos regalen una verdad más profunda. Ellas nos cuestionan sin complacencias y nos cautivan con su actitud serena e inquietante y con su belleza surgida de las napas voluptuosas de sus formas. Sus miradas en el  más allá, observando la vida, permiten percibir sus reticencias, el peso de su silencio, la inmensidad de lo no dicho y en los versos de Eduardo Falú, “dame a beber de tus ojos dos tragos de sombra de tu corazón”, hallamos la poesía que sintetiza su propuesta, conociendo que la historia, nuestra historia no ha llegado a su fin y se halla poblada de inclemencias.

La Reina de la noche”, reina del bosque, madre de Pamina en “La flauta Mágica” de Mozart, es bella, enmascarada, con atuendo cuidado y festivo, ornamentado con la brillantez de las estrellas, y sin embargo, sus brazos cruzados cubriendo su pecho en señal de defensa, nos presagian otra realidad. Es la mujer que conmovida por los sentimientos de amor que Tamino ha demostrado por Pamina, convence al príncipe de rescatar a su hija, de su secuestro. Y es también el personaje de carácter diabólico, capaz de cólera y de un desmedido afán de venganza, quien incita a su hija, entregándole un puñal, al asesinato del malvado Sarastro quien reina en tres templos: el de la Razón, el de la Naturaleza y el de la Sabiduría. La reina de la noche, se predispone a la venganza perdiendo su sabiduría. 

Los detalles y la simbología  de “Océano rojo” nos evidencian el mundo de la complejidad (complexus, tejido en conjunto) femenino. Al mismo tiempo que se percibe un marino/a, joven casi niño/a, de mirada serena y desesperanzada, ornada con zarcillos, inundado de sangre y abrazando un ancla-cruz, tal vez con intención de salvarse, símbolo de la esperanza y la crucifixión. Su pequeña insignia argentina nos induce a integrarla a nuestra historia reciente… y a reconocer en el mundo femenino la multiplicidad de sensaciones y significaciones en un solo trazo; entendiendo esta escultura- poesía como un liberar la belleza, cautiva entre el concierto de las formas y colores. Y en un hilo sutil nos lleva a pensar en lo sentido, por siglos, frente a los desgarros profundos y contradictorios de las guerras o de nuestras propias tormentas femeninas. Guerras, por momentos personales, que nos condenaban a pérdidas atroces y que nos abrían, simultáneamente, la oportunidad de ser hacedoras de la historia, de otra historia.  

En “El Paseo”, la vida? Dos mujeres en un coche van hacia la misma dirección, pero son diversos sus destinos. Una de ellas, la más joven, sonriendo, descubierta su piel, mira hacia el futuro; la  mayor en atuendo elegante, mira el pasado, silencia su padecer y descree del avenir. Un trayecto y dos destinos. El paseo es la vida y sus diversos saberes.

La Delfina en la Nieve”,  joven bella, de mirada apenas sarcástica y sonriente, corresponde al Delfín como animal alegórico de la salvación, así junto a una barca representa el alma cristiana hacia su salvación. Pero la Delfina es también la hija del rey que sabe de su mundo ornamentado e ilusorio, que la dispone a elaboraciones engañosas. Un bosque nevado y sin peligros, un mar rigidizado y un barco que zozobrará, y nuevamente la pequeña insignia argentina en alusión a realidades sociales donde el “como si” es ley. Nuevamente la ironía y el sarcasmo anunciando un mundo que no es, que sólo parece.

En “Reina Americana”, la laboriosa abeja con mirada de aceptación resignada, nos convoca a pensar en la realidad de múltiples mujeres americanas a las que su destino y su condición de migrantes, les propone trabajos incesantes y ausentes de reconocimiento. En oposición, “Mercúrea” mujer de gran belleza, se dispone, con gesto altivo, a preservar su fortuna con el pie bien en la tierra, a diferencia de Mercurio, mensajero de los dioses y él mismo dios del comercio, al cual Giambologna representara en la sutil actitud de vuelo. La actitud severa y excesivamente terrenal de Mercúrea, le impide a sus alas, elevarla en un vuelo imaginario.

Inés nos muestra que las mujeres crean para comprender, para despertarse de los problemas del mundo, para tomar conciencia de sí mismas y de sus complejidades integradoras y no contradictorias. Y sus esculturas funcionan como invitaciones, como gestos hacia los demás, para que ellos también puedan deslizarse hacia un recorrido sensibilizante.

Es así que si las mujeres supieran… toda esta bella historia narrada en imágenes, pensarían que han dado con tres rabdomantes que, como el ángel bueno de Rafael Alberti, cavando una ribera de luz dulce en el pecho, nos hicieron el alma navegable.

 

Vino el que yo quería
(…)
Aquel que a sus cabellos
ató el silencio.
Para sin lastimarme,
cavar una ribera de luz dulce en mi pecho
y hacerme el alma navegable.

Rafael Alberti, “El Ángel Bueno”