BLUES A LA CARTA

¿Por qué es tan importante el tiempo construido en un papel?  ¡Cuánto amor e ilusión hay en esas manos que labran signos azules de tinta en un plano floreado que viajará tan lejos!

Amorosamente sus manos acarician el sobre para sellar con el fruto de su boca, la entrega de toda la imaginación que entibia sus noches y sus días.

Estampillada en cuerpo y en espíritu, caerá en el buzón oscuro y sentirá la violencia sonora del despegue, horas y horas aplastada por el frío y la presión atmosférica. Sentirá las pasiones, los odios, los desencuentros, las formalidades, los reproches, las enfermedades, las tristezas, las confesiones, la locura, los colores y los olores. Sentirá también el empuje de otros ángulos, el encastre de bordes desconocidos y la textura de la arpillera envolvente.

En el tramo final un ruido ensordecedor la pondrá en contacto con otras tierras; y finalmente será degustada, olfateada, sonreída y desenvuelta por manos que saben de tacto.  Los signos azules se sentirán acariciados por ojos diferentes y acunados entre amorosos dedos.

Cuando vio el remitente, sintió emoción electrificando toda su columna vertebral. Apresuró el paso mientras rasgaba el borde, y al ver ciertas flores diseñadas en el blanco papel, acercó su nariz como queriendo oler la piel de Denisse.

Ansioso, lamió cada signo y cada curva. Corrió en cada espacio hasta alcanzar la próxima letra. Sus dedos acariciaban esa hoja, saboreando cada sonido que se imprimía en su cerebro.

Mientras leía, escuchando algún pájaro y su fuerte respiración, recordaba su cara; vista por sólo una hora; su idioma diferente; y esas tetas… esas tetas que lo empequeñecían más de lo que él era, y le nublaban la vista.

Se sonrió con algunos pasajes de la carta. En otros se ajustó más sus anteojos para entender esos distantes garabatos…

Se detuvo un instante.

Bebió un sorbo del tibio café que esperaba en la mesada de la cocina; pasó melancólicamente la mano por su cabello recién cortado y acarició con injusticia la bragueta entreabierta de su viejo jean.

Se distrajo mirando por el ventanal la campiña de su pueblo, las villas residenciales, los árboles y pájaros… Y allá a lo lejos, “Il Castello”, resabio de un medioevo del siglo XII de carácter románico, devenido atracción turística de la región.

El sol del mediodía italiano pegaba en sus piedras labradas de historia y el calor de su bragueta empezaba a formar parte de esa historia.

Se imaginó con Denisse, en ese lugar, y tuvo escalofríos de placer al imaginarse sus tetas y sus manos sobre ellas, entre las almenas de la torre central. Besarle los ojos, embriagado, apretarle sus rincones más oscuros, cosechar el jugoso ex­tracto de su boca, apretar su contorneada cintura y recorrerle cada curva y cada hueco de su anatomía… Empezó a sentir un fuerte calor transpirado, y una elevada y sublime sensación de verticalidad contenida. En su caliente delirio, creyó ver en su frío café abandonado, una irónica sonrisa.

Dejó bruscamente la carta sin terminar y jadeando aire abrazó su instrumento, el saxo barítono.

Presionó las llaves y cada nota eyaculada desde sus pulmones enhebró y penetró con fuerza la distante esencia de Denisse.