Ayer te vi y temblé.
Mis hemisferios frenaban mis ventrículos, pero el píloro y el duodeno me recordaban que la sangre tupida y roja seguía fluyendo con un ritmo aceleradamente veloz.
Tus ojos penetraron mi carne y mi esencia se invadió de tu presencia.
Las barreras ya son de celofán y el sonido de mi voz, es campana timbrada que evoca una Circe frustrada.
El calor de tu piel perturba mi aureola y corrompe mis deseos más sublimes.
El corazón bombea con ritmo y los átomos de Bécquer en derredor, palpitan y se inflaman.
Los pies se elevan flotando, y la lógica ancla abruptamente en la tierra, como su océano.
Tu boca anhelante me seduce, y por fin, descubro que lo enfermizo se apodera de éste cuento.
El codo de la esquina nos avisa el adiós, y adiós gracias puedo por primera vez, desarticularme de tan ósea reumática relación.