La lluvia bendice mi cuerpo
y una plegaria escuchó dentro de mí.
A la noche entregó mis desvelos,
mis sueños y mi asombro.
La oscuridad me toca con viento y agua,
me susurra con dolores de cuerpo y humedad,
y por sobre los edificios, me regala sus estrellas,
sus brumas y tinieblas.
Sé, que aunque nublado este el horizonte de mi mirada,
por encima brilla Antares; roja, seductora,
sangrando en el pecho del Escorpión.
Sé, que aunque la lluvia desdibuje las luces,
por encima florece Altair; roja, seductora,
por entre las plumas del Águila,
qué majestuosa, sobrevuela la noche de Buenos Aires.
Sé, que aunque la bruma y la niebla
ausenten nuestros contornos,
por encima florece mi cuerpo
casi estrella,
casi polvo,
casi nacida,
casi brillante,
plenamente titilante,
desparramado entre los átomos, la materia y el Universo.
Junio de 1997