La obra de Betina Sor recaptura con un sorprendente realismo, personajes típicos, perdidos y confundidos en la urbanidad. Esa urbanidad vertiginosa de las grandezas ciudades. En este caso con una serie de arquetipos del Gran Buenos Aires. Vendedores ambulantes. Amas de casa, obreros, mendigos, señoras mayores en duras caminatas sobre los duros empedrados de las calles que son negativas para los paseantes y para la gente de edad.
Esta serie de esculturas realizadas con materiales plásticos de base acrílica, están emparentadas con un realismo urbano.
No hay una exacerbación de la realidad que la ligaría al hiperrealismo. La obra de Betina Sor se caracteriza esencialmente por mostrar lo que encuentra tal cual es. Sin ninguna modificación. No hay ironía pero sí un toque ideológico manifestado con un llamado de atención sobre los sobrantes del Stablishment. En la clase pasiva, en los vendedores ambulantes, en los mendigos y los indigentes. Es un tema recurrente en la historia del Arte desde Goya, Velázquez y Murillo que también pintaron mendigos y vagabundos; adoptando una postura crítica pasando por las descripciones costumbristas pero sin juicio crítico moral. Por ejemplo como el de Toulouse Lautrec. Hasta Egon Schiele y Francis Bacon en la deformación del hombre cotidiano despojado de sus derechos sociales.
En la Argentina, Pablo Suárez cuyas esculturas policromadas se orientan con una fuerte dosis de sarcasmo e ironía hacia una crítica al Stablishment y lo relaciona con el individuo dentro de lo urbano. En las esculturas de Betina Sor la mirada crítica está suplantada por la necesidad de trasladar figuras arquetípicas del espacio urbano hacia un contexto escultórico. Si se colocara una o todas éstas esculturas en la vía pública; no llamarían la atención. Podrían confundirse con seres reales que es parte de nuestro mundo cotidiano. Es decir, podría integrarse a nuestro espacio urbano sin llamar la atención.
Pero es dentro del espacio de una galería, donde se produce el hecho estético. Un acrecentamiento que constituye una segunda creación o recreación. Esta interacción de la obra de arte con el paisaje urbano la practican artistas actualmente como Christo, Walter de Maria, Nicki de Saint Phalle. Es precisamente con la obra de Nicki de Saint Phalle que podemos asociar las esculturas de Betina Sor, antes que con el hiperrealismo de John D’Andrea o Duane Hanson. Pero sí de la pintura urbana realista de Richard Estes. En esas esculturas la creatividad se hace presente en los traslados de lo visual que conlleva a un realismo excesivo pero que no llega a ser hiperreal.
Al darle un color gris o blanco a los rostros de sus figuras, no respeta la coloración natural que es el principio de verosimilitud de la escultura policromada hiperrealista que podría tener su origen en la santería española de los siglos XVI al XVIII donde se producía el pathos en la exacerbación del dolor y de la pasión, a través del color, la textura , el movimiento y las poses dramáticas.
Betina Sor utiliza en cambio tonalidades que combinan con toda la situación de la entropía del medio ambiente, de definirlo con un color, el color de ambiente. Es tal vez en esos tonos que aparece la toma de partido. La bajada de los tonos como señal de alarma frente a lo que pasa. La forma en que Betina Sor utiliza el color, más que respetar la realidad, la aborda con una paleta pictórica. Esta característica de su obra se mantiene cuando pasa de la imagen pictórica a la imagen escultórica en contraposición a las esculturas de Nicki de Saint Phalle que combina materiales perecederos y perdurables decorando el objeto escultórico dentro de la tradición del Pop, siempre estoy hablando ahora de Nicki de Saint Phalle, con un refinamiento y una perfección dentro de una forma de expresión dramática en un goce celebratorio de la vida, característica de los artistas próximos al mediterráneo.
Eso es lo que la diferencia a Betina Sor de Nicki de Saint Phalle.